6.12.11

Ken Aston, el padre del arbitraje moderno

Para los colegiados y para el propio desarrollo del juego tal y como lo entendemos son indispensables, pero lo cierto es que la implantación de las cartulinas de colores en el fútbol es increíblemente reciente dada la dilatada historia de este deporte. El padre de las tarjetas, banderines o paneles de sustitución, Ken Aston, murió hace tan solo diez años. 

El reglamento más primitivo del fútbol data de 1848 y se redactó como no en la Universidad de Cambridge. En él se recogían las primeras medidas obligatorias de un terreno de juego, un esbozo de las instrucciones para el actual sorteo campo/balón, un borrador de la regla del fuera de juego y las primeras normas de fair play. Se hablaba también de “tiro libre”, pero en ningún caso se contemplaban las sanciones correspondientes a las posibles infracciones. Ni eso ni el papel de un hipotético juez que mediase entre los dos equipos. Por aquel entonces eran los capitanes los que desempeñaban ese rol, discutiendo y poniéndose de acuerdo ante cualquier lance del juego. Paulatinamente, aquel fútbol inglés tan pueril iría madurando hasta incorporar la figura del umpire,  es decir, la presencia de dos oficiales imparciales en representación de un y otro conjunto respectivamente. No sería hasta 1891 que lo que conocemos por árbitro ocupase su actual lugar en el campo cuando los umpire pasaron a situarse en banda, transformándose en árbitros asistentes. Sin embargo, aún faltaba más de medio siglo para la irrupción de las tarjetas o los banderines.

Fuera de los estadios, Kenneth George Aston fue profesor y soldado de las fuerzas armadas británicas. En la Inglaterra de la época, el vínculo entre la docencia y el deporte era poco menos que un cordón umbilical; el propio fútbol se había gestado en las entrañas de Cambridge. A un tipo como Kenneth, natural de un condado al sureste del país anglosajón, Essex, la conjunción de ambas inquietudes le llevó a reparar en la función del árbitro en el juego. Su interés despertó en torno a 1935 cuando se dedicaba a dar clases en la Newbury Park School donde, además, decidió tomar las riendas del equipo de fútbol de la escuela. Así, a sus veintipico se prestó a dirigir su primer encuentro para un año después realizar un curso de especialización en arbitraje y ser reconocido como juez profesional. Fue designado para diversos partidos de liga hasta que estalló la II Guerra Mundial, en la que sirvió a la armada británica como teniente coronel. Tras la contienda, regresó a casa y retomó su labor de árbitro, convirtiéndose en 1946 en el primero en vestir el clásico uniforme negro de los colegiados. También sería él el que, al año siguiente, se encargaría de sustituir los gallardetes que empleaban los jueces de línea -y que hasta aquel momento reproducían los colores del equipo local-, por los actuales banderines amarillos reflectantes.


Las dos versiones de Ken tenían ángel. En su escuela asumía cada vez más responsabilidades, al tiempo que en el campo arbitraba partidos de mayor nivel. En 1962 fue uno de los protagonistas de la Batalla de Santiago, ya no como soldado sino como orquestador de un partido a vida o muerte entre Chile e Italia durante la fase de grupos del Mundial que acogió precisamente el país sudamericano. “En Santiago me limité casi a contar los puntos de las maniobras militares del campo, mi función no recordó nada a las tareas de un árbitro”, rememoraba Aston posteriormente. No es para menos, ya que el cruce fue catalogado en su momento como uno de lo más violentos de la historia de los mundiales. Tanto así que -con el tino que le caracteriza-, el inolvidable David Coleman inició la narración de la emisión en diferido para Inglaterra diciendo: “Buenas tardes. El juego que están por presenciar es la exhibición de fútbol más estúpida, espantosa, desagradable y vergonzosa, posiblemente, en la historia de este deporte”. Amén.

Después de lo de Chile, Ken Aston debió de pensar que ya tenía suficiente. Un año después, tras dirigir la final de la Copa Inglesa, decidió poner punto y final a su affaire con el silbato. Pero el ahínco con el que había apostado por la evolución del arbitraje y su asesoramiento didáctico durante su etapa dentro del campo, sirvieron para que desde arriba se fijasen en él: la FIFA lo nombró miembro de la Comisión de árbitros en 1966 (organismo que presidiría entre 1970 y 1972). Quizá intuyeron que le quedaba algo grande que aportar al fútbol. De ser así, estuvieron en lo cierto. En 1966, la Copa Mundial volvió a cruzarse en su camino, Inglaterra y Argentina se enfrentaban en los cuartos de final de dicho torneo y él sería el encargado de garantizar una impecable actuación por parte de los colegiados designados. Nada fuera de lo común si, al día siguiente, la prensa británica no hubiese publicado que el trencilla alemán Rudolf Kreitlein había amonestado tanto a Jack como a su hermano Bobby Charlton, acción que al parecer no había sido correctamente señalizada por el árbitro en el partido. Desde el combinado inglés, se pusieron en contacto con Aston para confirmar tal información, sembrando en él una nueva inquietud. De esta forma, mientras conducía desde el antiguo Wembley hasta Lancaster, fue cavilando de qué manera podría evitar que algo así sucediese en el futuro. De repente, detuvo su coche frente a un semáforo a la altura de Kensington y alumbró uno de los elementos más básicos del arbitraje moderno: las tarjetas. Amarillas y rojas, indicando precaución y detención, tal y como el semáforo lo hacía. Un concepto tan sencillo y asimilable como brillante, que se materializó por primera vez en un terreno de juego en México 70. 


Asimismo, en 1966 propuso también la introducción de un árbitro suplente en los tríos que pudiese intervenir si alguno de los demás jueces sufría algún percance antes o durante el partido. También sería él el que decidiese utilizar el ahora archiconocido panel luminoso para reflejar claramente las sustituciones. Sus ganas de aportar al fútbol moderno fueron un recurso inagotable del que este deporte sacó provecho hasta el último momento. Además de continuar impartiendo cursos a nivel internacional, en los últimos tiempos llegó a colaborar en la lucha contra el amaño de partidos.

Todo un revolucionario del fútbol, Ken Aston falleció el 23 de octubre de 2001, a sus 86 años de edad. Pero no sin antes dejarnos una de las definiciones más bellas del balompié: “El fútbol es una obra dramática en dos actos, con 22 actores sobre el escenario y un director de escena, el árbitro. No existe guión, nunca se sabe como terminará, pero lo más importante es divertirse y divertir”.

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