(Refran popular)
Media hora para saltar al terreno de juego. En el vestuario, frente al espejo, el fundador del 'jogo bonito' untaba su cabello ensortijado en gomina. Lo cepillaba con ímpetu hasta deslavazarlo y se colocaba una especie de turbante que fijase el peinado. Al tiempo, maquillaba su rostro con polvo de arroz para difuminar su tez y parecer, sencillamente, bronceado. Lejos de césped, 'El tigre' demostraba su debilidad por los habanos, era un amante más del coñac y su estilo emulaba al de un perfecto gentlemen. Hubo un Brasil en el que este era el precio a pagar por dar patadas a un balón y fue el que le tocó vivir al máximo anotador de la historia del fútbol, Arthur Friedenreich.
Cuatro años después de la abolición de la esclavitud en el país sudamericano, vino al mundo un mulato llamado Arthur Friedenreich, hijo de un comerciante alemán y una lavandera afrobrasileña. Casi de manera alegórica, la joven alumbró al astro del balompié en una modesta casa de una sola planta, ubicada en la Calle del Triunfo, esquina con la Calle Victoria, en pleno corazón de São Paulo. Fue un 18 de julio de 1892 y fue algo asi como su “primer” nacimiento; erigido como uno de los deportistas más implicados en el levantamiento paulista en la década de los 30, la prensa local lo dio por muerto durante la contienda. Antes de sobrevivir atrincherado, también destacó por movilizar a un gran número de atletas brasileños para luchar en el frente y realizar diferentes donativos a la causa en forma de trofeos.
Un renovador de la sociedad, pero ante todo un renovador del octavo arte. En Brasil, en los albores del siglo XX, el fútbol era un deporte que aún conservaba su abolengo, vetado a los jugadores de raza negra y profundamente elitista. Paradójicamente, se practicaba de forma muy rudimentaria: los balones estaban hechos con vejiga de vaca, los tacos eran de madera tosca, los porteros usaban viseras de paño y las rayas de cal pelaban las piernas de los futbolistas. Friedenreich se confesó en su biografía, recientemente descubierta, discípulo de Charles Miller -impulsor del fútbol en Brasil- y Hermann Friese. De ellos tomó lo que más tarde convirtió en un repertorio único, mediante una depurada técnica y unas habilidades individuales nunca antes vistas. Sus gambetas han sido descritas como mágicas y su forma de golpear el balón, trazando una trayectoria curva, ya ha pasado a los anales de la historia del balompié con el nombre -ahora común- de rosca. Eduardo Galeano, en “El fútbol a sol y sombra”, aseguró que con Friedenreich “nació un estilo, abierto a la fantasía, que prefiere el placer al resultado. De Friedenreich en adelante, el fútbol brasileño que es brasileño de verdad no tiene ángulos rectos, al igual que las montañas de Río de Janeiro y los edificios de Oscar Niemeyer”. Un estilo que abrió el camino a los futuros Leónidas da Silva, Garrincha o Pelé.
Copa América, 1919 |
Arthur Friedenreich fue un crak camuflado, no únicamente por el ritual que llevaba a cabo para disimular sus orígenes, sino también por lo tapada que ha permanecido su contribución a la evolución del fútbol. Incluso sus cifras son una incógnita; pese a que la IFFSH le reconoce 354 dianas en 323 partidos, oficialmente, la FIFA establece que fueron 1329 en 1239 encuentros. En todo caso, son suficientes para confirmarlo como el máximo anotador de la historia del deporte rey, por encima de Pelé (1284).
Se retiró a los 43 años de edad, en 1935, sin haber disputado el Mundial de Uruguay de 1930 que le sobrevino en el ocaso de su carrera y con una fractura de tibia. Tras liderar a sus equipos sobre el campo durante tres décadas, todavía tuvo tiempo para una última reivindicación: la lucha contra la profesionalización del fútbol. Como rezó el uruguayo Zibechi tras la derrota del 19, “ni la fatiga le vence”.
Sí lo venció a los 77 el único enemigo al que no consiguió sortear, la arterioesclerosis. A modo de epílogo, poco antes de su muerte diseñó lo que consideraba el once ideal de Brasil, en el que incluyó a talentos como Tim, Djalma Santos o Nilton Santos. Olvidó alinearse, en un último intento de pasar inadvertido para un deporte al que ya había aportado irremediablemente una nueva dimensión. Friedenreich, 'El tigre', 'El rey de reyes', renunció a la autoría con un único fin: que a partir de él, solo reinase el fútbol.