30.3.12

Arthur Friedenreich, un crack camuflado


"Hacerse el tigre para que no se lo coman los gatos"
(Refran popular)

Media hora para saltar al terreno de juego. En el vestuario, frente al espejo, el fundador del 'jogo bonito' untaba su cabello ensortijado en gomina. Lo cepillaba con ímpetu hasta deslavazarlo y se colocaba una especie de turbante que fijase el peinado. Al tiempo, maquillaba su rostro con polvo de arroz para difuminar su tez y parecer, sencillamente, bronceado. Lejos de césped, 'El tigre' demostraba su debilidad por los habanos, era un amante más del coñac y su estilo emulaba al de un perfecto gentlemen. Hubo un Brasil en el que este era el precio a pagar por dar patadas a un balón y fue el que le tocó vivir al máximo anotador de la historia del fútbol, Arthur Friedenreich.

Cuatro años después de la abolición de la esclavitud en el país sudamericano, vino al mundo un mulato llamado Arthur Friedenreich, hijo de un comerciante alemán y una lavandera afrobrasileña. Casi de manera alegórica, la joven alumbró al astro del balompié en una modesta casa de una sola planta, ubicada en la Calle del Triunfo, esquina con la Calle Victoria, en pleno corazón de São Paulo. Fue un 18 de julio de 1892 y fue algo asi como su “primer” nacimiento; erigido como uno de los deportistas más implicados en el levantamiento paulista en la década de los 30, la prensa local lo dio por muerto durante la contienda. Antes de sobrevivir atrincherado, también destacó por movilizar a un gran número de atletas brasileños para luchar en el frente y realizar diferentes donativos a la causa en forma de trofeos.

Un renovador de la sociedad, pero ante todo un renovador del octavo arte. En Brasil, en los albores del siglo XX, el fútbol era un deporte que aún conservaba su abolengo, vetado a los jugadores de raza negra y profundamente elitista. Paradójicamente, se practicaba de forma muy rudimentaria: los balones estaban hechos con vejiga de vaca, los tacos eran de madera tosca, los porteros usaban viseras de paño y las rayas de cal pelaban las piernas de los futbolistas. Friedenreich se confesó en su biografía, recientemente descubierta, discípulo de Charles Miller -impulsor del fútbol en Brasil- y Hermann Friese. De ellos tomó lo que más tarde convirtió en un repertorio único, mediante una depurada técnica y unas habilidades individuales nunca antes vistas. Sus gambetas han sido descritas como mágicas y su forma de golpear el balón, trazando una trayectoria curva, ya ha pasado a los anales de la historia del balompié con el nombre -ahora común- de rosca. Eduardo Galeano, en “El fútbol a sol y sombra”, aseguró que con Friedenreich “nació un estilo, abierto a la fantasía, que prefiere el placer al resultado. De Friedenreich en adelante, el fútbol brasileño que es brasileño de verdad no tiene ángulos rectos, al igual que las montañas de Río de Janeiro y los edificios de Oscar Niemeyer”. Un  estilo que abrió el camino a los futuros Leónidas da Silva, Garrincha o Pelé.

Copa América, 1919
Fueron 26 años los que Friedenreich dedicó a este deporte, pero su valía la demostró mucho antes de su debut en el SC Germania, cuando jugaba pachangas en los barrios bajos de Brasil. Según recuerdan algunos programas dedicados a su figura emitidos en su país, era capaz de sacar adelante varios partidos seguidos y su capacidad para cambiar de camiseta era tal cual la de un transformista. Como futbolista profesional, además de ganarlo todo a nivel nacional, ser máximo goleador en nueve ocasiones y pasar hasta por catorce clubes, se ganó dos populares sobrenombres: 'El tigre' y 'El rey de reyes'. El primero, tras materializar el tanto que valió la tercera edición de la Copa América y primer título internacional para Brasil, país anfitirón. Fue en el partido más largo de la historia, ante Uruguay, en el que ambas selecciones jugaron hasta 150 minutos hasta deshacer el empate. El segundo, se lo acuñaron durante una gira pionera del Paulistano por Francia en la que Friedenreich convirtió hasta once dianas. L'Equipe lo tuvo claro, habían visto jugar al “Roi des rois”.

Arthur Friedenreich fue un crak camuflado, no únicamente por el ritual que llevaba a cabo para disimular sus orígenes, sino también por lo tapada que ha permanecido su contribución a la evolución del fútbol. Incluso sus cifras son una incógnita; pese a que la IFFSH le reconoce 354 dianas en 323 partidos, oficialmente, la FIFA establece que fueron 1329 en 1239 encuentros. En todo caso, son suficientes para confirmarlo como el máximo anotador de la historia del deporte rey, por encima de Pelé (1284).

Se retiró a los 43 años de edad, en 1935, sin haber disputado el Mundial de Uruguay de 1930 que le sobrevino en el ocaso de su carrera y con una fractura de tibia. Tras liderar a sus equipos sobre el campo durante tres décadas, todavía tuvo tiempo para una última reivindicación: la lucha contra la profesionalización del fútbol. Como rezó el uruguayo Zibechi tras la derrota del 19, “ni la fatiga le vence”.

Sí lo venció a los 77 el único enemigo al que no consiguió sortear, la arterioesclerosis. A modo de epílogo, poco antes de su muerte diseñó lo que consideraba el once ideal de Brasil, en el que incluyó a talentos como Tim, Djalma Santos o Nilton Santos. Olvidó alinearse, en un último intento de pasar inadvertido para un deporte al que ya había aportado irremediablemente una nueva dimensión. Friedenreich, 'El tigre', 'El rey de reyes', renunció a la autoría con un único fin: que a partir de él, solo reinase el fútbol.

13.1.12

Sierra Leona, año cero


Alrededor de mil millones de personas conforman el continente africano. Se trata de un valor estimativo. En numerosas regiones de África es prácticamente una odisea recabar datos fiables para elaborar los censos de población. Sin embargo, en algunos de estos recónditos lugares es muy sencillo dar con alguien que conozca al dedillo los resultados correspondientes a la última jornada de la Premier League.

Allí, entre reservas naturales y áridos parajes, los críos sueñan con convertirse en genios del balompié. La influencia europea en África es manifiesta, pero el poso conceptual es bien distinto. El fútbol no se mide coches de lujo, grandes contratos publicitarios o mujeres despampanantes. Fútbol entendido en términos subdesarrollados, al igual que sucede en parte de Sudamérica, equivale a tener oportunidades. La más básica, la garantía de crecer en un continente donde la mortalidad infantil es una lacra. Las cantidades de dinero que genera el deporte soportan familias enteras, en ocasiones, pueblos enteros. Alfabetización, acceso a alimentos, a agua potable... En definitiva, alrededor de él se genera la posibilidad de vivir -y morir- dignamente.

David Beckham en Sierra Leona
Sierra Leona está formada por más de veinte etnias y algunas minorías de indios, libaneses y europeos. Los sierraleoneses son grandes amantes de esto que inventaron los ingleses, pulieron los holandeses y abrillantaron los brasileños. Aunque a ellos les suene de puntillas la evolución de un fútbol que escenifican con increíbles galopadas, cabezazos muy precisos y brutales remates. Un juego colectivo que se asimila además de forma colectiva en los vecindarios. Los futbolistas no son iconos, son héroes nacionales.

Donde la violencia brota y se propaga entre los individuos, cuesta levantar cabeza para otear horizontes más alborozados. En el ocaso de la Guerra Civil era común la masacre, la violación o la amputación a menores. Residuos de un conflicto que aún están por reciclar en Sierra Leona y que inducen a muchos a especular con la resurreción de la lucha armada.

Sin caer en tamaña e inconsciente comparación, también el fútbol sufrió un retroceso importante durante las tensiones Gobierno-rebeldes-ONU. Pero se mantuvo vivo. Jugadores sierraleoneses cuentan que tras la Guerra los únicos ejemplos de unión en medio de semejante ostracismo se produjeron durante los partidos y festivales de fútbol que se celebraban anualmente en el país. Pobre de aquel, eso por descontado, que se atreviese a vencer a los rebeldes. En aquellos momentos, el movimiento de un balón era capaz de paralizar la contienda y se convertía en el actor principal de un triunfo mucho más significativo que el bélico. Además, este deporte fue una de las bases de las terapias de reinserción para los excombatientes, persiguiendo la identificación con un rol social más constructivo. Fueron demasiados los niños en primera línea de fuego en Sierra Leona, algunos de ellos levantaban poco más que un par de palmos del suelo. En los campamentos de rehabilitación, los dos bandos que se enfrentaron en la Guerra compartieron camiseta y empezaron a luchar figuradamente por un objetivo común. 

El fútbol se resintió al tiempo que lo hizo el pueblo y ha sabido reinventarse a medida que lo hace el pueblo. Es sabido que en Sierra Leona es muy popular el fútbol practicado por jóvenes que sufrieron amputaciones. Para que nos hagamos una idea aquí, en el viejo continente, estos jugadores entrenan durante más o menos treinta minutos y sus partidos duran veinticinco. Al final del encuentro los futbolistas reciben agua, unas calderillas para pagar el autobús de vuelta a casa y algunas medicinas. Absolutamente todos dependen de los analgésicos después del entreno.

En Sierra Leona el fútbol, más que el deporte rey, es el primer espacio en el que construir futuro.

11.12.11

El Urko Pardo que sí quería ser Víctor Valdés


El APOEL hacía historia al clasificarse para octavos de final de la Liga de Campeones. Un pase inédito para el fútbol chipriota liderado, entre otros, por un cancerbero con raíces españolas. Urko Pardo, que creció en la Masía, no llegó a debutar en el Barcelona por una inoportuna lesión.

Lo cierto es que Urko Pardo, de padre vasco y madre gallega, ha protagonizado una suerte de enrevesado eurotrip antes de hacerse con la titularidad de la portería del APOEL de Nicosia. Comenzó su andadura en su país natal, en la cantera del Anderlecht belga, pero lo hizo en el lado opuesto del terreno de juego. En la delantera se fogueó hasta los 12 años cuando se lesionó el guardameta del equipo y se ofreció a cubrir su baja. Desde entonces se dedica a atrapar balones, no a enchufarlos.

Puede que su demarcación sobre el césped ya estuviese clara a una edad temprana, pero no tanto su techo en esto del balompié. Si bien le surgió la oportunidad de seguir creciendo en la Masía durante hasta ocho temporadas, no fue al lado de Victor Valdés donde maduró sus habilidades bajo palos. Aunque, a diferencia de Víctor, a Urko sí le gustaba ser portero. Por eso no desaprovechó los retos que le llegaron en forma de cesiones a clubes más modestos como el Cartagena o el Sabadell. Pese a todo, en el Barcelona nadie lo había descartado, es más, en 2002 con Radomir Antic al frente del banquillo azulgrana, su salto al primer equipo de cara a la siguiente campaña era un hecho. Con el contrato redactado y a falta de la firma, una lesión se cruzó de nuevo en su camino, esta vez, suya. Durante el último entrenamiento del año, se rompió el ligamento cruzado y se quedó en el dique seco más de diez meses. 

Después hizo las maletas y probó suerte lejos de nuestro país. Urko no iba a permitir que un revés le cerrase no solo las puertas del Barça, sino las del fútbol profesional. En 2007 llegó a Grecia y, tras un breve paso por el Iraklis, se fue al Rapid de Bucarest. Ni en uno ni en otro consiguió cuajar, en el segundo apenas disfrutó de minutos. Con semejante panorama a la vista, Urko vio el cielo abierto cuando el Rapid le propuso jugar cedido en el Olympiacos de Ernesto Valverde. Cumplió y fichó. Por primera vez, tenía presencia en un club grande en el que se habría quedado de no ser por pequeñas discrepancias en torno a su renovación. Sin embargo, bien sabido es que no hay mal que por bien no venga y, en su caso, este dicho no podría ser más representativo. Al tiempo que no se esclarecía su situación en el conjunto heleno, su guía en el Iraklis, el ahora técnico del APOEL Ivan Jovanovik, lo llamó de nuevo. El equipo checo no estaba necesitado de porteros ni mucho menos, pero el conocimiento que el entrenador tenía del belga fue suficiente carta de presentación para que decidiese ofrecerle la meta de un club más ilusionado que nunca porque iba a disputar la Champions con los peces gordos del continente. 

Ahora con un APOEL de leyenda, clasificado para la siguiente ronda de la máxima competición europea como primero de un grupo que compartía con tres recientes campeones de la UEFA -o Europa League-, es fácil apoyar la apuesta de Jovanovik. Lo cierto es que, de la mano, Urko y el APOEL han escrito una nueva página en la historia del deporte chipriota.

A punto de ser el sustituto de Aranzubia

Este verano el nombre de Urko Pardo estuvo entre los que barajó Augusto César Lendoiro para reforzar la portería blanquiazul en el supuesto de que Dani Aranzubia se incorporase a las filas del Málaga, tal y como se especulaba. Con el riojano en Coruña, la operación no tendría mucho sentido, pero por si acaso, ni el Deportivo lo descarta de cara al futuro ni Urko descarta volver al país natal de sus padres.

6.12.11

Ken Aston, el padre del arbitraje moderno

Para los colegiados y para el propio desarrollo del juego tal y como lo entendemos son indispensables, pero lo cierto es que la implantación de las cartulinas de colores en el fútbol es increíblemente reciente dada la dilatada historia de este deporte. El padre de las tarjetas, banderines o paneles de sustitución, Ken Aston, murió hace tan solo diez años. 

El reglamento más primitivo del fútbol data de 1848 y se redactó como no en la Universidad de Cambridge. En él se recogían las primeras medidas obligatorias de un terreno de juego, un esbozo de las instrucciones para el actual sorteo campo/balón, un borrador de la regla del fuera de juego y las primeras normas de fair play. Se hablaba también de “tiro libre”, pero en ningún caso se contemplaban las sanciones correspondientes a las posibles infracciones. Ni eso ni el papel de un hipotético juez que mediase entre los dos equipos. Por aquel entonces eran los capitanes los que desempeñaban ese rol, discutiendo y poniéndose de acuerdo ante cualquier lance del juego. Paulatinamente, aquel fútbol inglés tan pueril iría madurando hasta incorporar la figura del umpire,  es decir, la presencia de dos oficiales imparciales en representación de un y otro conjunto respectivamente. No sería hasta 1891 que lo que conocemos por árbitro ocupase su actual lugar en el campo cuando los umpire pasaron a situarse en banda, transformándose en árbitros asistentes. Sin embargo, aún faltaba más de medio siglo para la irrupción de las tarjetas o los banderines.

Fuera de los estadios, Kenneth George Aston fue profesor y soldado de las fuerzas armadas británicas. En la Inglaterra de la época, el vínculo entre la docencia y el deporte era poco menos que un cordón umbilical; el propio fútbol se había gestado en las entrañas de Cambridge. A un tipo como Kenneth, natural de un condado al sureste del país anglosajón, Essex, la conjunción de ambas inquietudes le llevó a reparar en la función del árbitro en el juego. Su interés despertó en torno a 1935 cuando se dedicaba a dar clases en la Newbury Park School donde, además, decidió tomar las riendas del equipo de fútbol de la escuela. Así, a sus veintipico se prestó a dirigir su primer encuentro para un año después realizar un curso de especialización en arbitraje y ser reconocido como juez profesional. Fue designado para diversos partidos de liga hasta que estalló la II Guerra Mundial, en la que sirvió a la armada británica como teniente coronel. Tras la contienda, regresó a casa y retomó su labor de árbitro, convirtiéndose en 1946 en el primero en vestir el clásico uniforme negro de los colegiados. También sería él el que, al año siguiente, se encargaría de sustituir los gallardetes que empleaban los jueces de línea -y que hasta aquel momento reproducían los colores del equipo local-, por los actuales banderines amarillos reflectantes.


Las dos versiones de Ken tenían ángel. En su escuela asumía cada vez más responsabilidades, al tiempo que en el campo arbitraba partidos de mayor nivel. En 1962 fue uno de los protagonistas de la Batalla de Santiago, ya no como soldado sino como orquestador de un partido a vida o muerte entre Chile e Italia durante la fase de grupos del Mundial que acogió precisamente el país sudamericano. “En Santiago me limité casi a contar los puntos de las maniobras militares del campo, mi función no recordó nada a las tareas de un árbitro”, rememoraba Aston posteriormente. No es para menos, ya que el cruce fue catalogado en su momento como uno de lo más violentos de la historia de los mundiales. Tanto así que -con el tino que le caracteriza-, el inolvidable David Coleman inició la narración de la emisión en diferido para Inglaterra diciendo: “Buenas tardes. El juego que están por presenciar es la exhibición de fútbol más estúpida, espantosa, desagradable y vergonzosa, posiblemente, en la historia de este deporte”. Amén.

Después de lo de Chile, Ken Aston debió de pensar que ya tenía suficiente. Un año después, tras dirigir la final de la Copa Inglesa, decidió poner punto y final a su affaire con el silbato. Pero el ahínco con el que había apostado por la evolución del arbitraje y su asesoramiento didáctico durante su etapa dentro del campo, sirvieron para que desde arriba se fijasen en él: la FIFA lo nombró miembro de la Comisión de árbitros en 1966 (organismo que presidiría entre 1970 y 1972). Quizá intuyeron que le quedaba algo grande que aportar al fútbol. De ser así, estuvieron en lo cierto. En 1966, la Copa Mundial volvió a cruzarse en su camino, Inglaterra y Argentina se enfrentaban en los cuartos de final de dicho torneo y él sería el encargado de garantizar una impecable actuación por parte de los colegiados designados. Nada fuera de lo común si, al día siguiente, la prensa británica no hubiese publicado que el trencilla alemán Rudolf Kreitlein había amonestado tanto a Jack como a su hermano Bobby Charlton, acción que al parecer no había sido correctamente señalizada por el árbitro en el partido. Desde el combinado inglés, se pusieron en contacto con Aston para confirmar tal información, sembrando en él una nueva inquietud. De esta forma, mientras conducía desde el antiguo Wembley hasta Lancaster, fue cavilando de qué manera podría evitar que algo así sucediese en el futuro. De repente, detuvo su coche frente a un semáforo a la altura de Kensington y alumbró uno de los elementos más básicos del arbitraje moderno: las tarjetas. Amarillas y rojas, indicando precaución y detención, tal y como el semáforo lo hacía. Un concepto tan sencillo y asimilable como brillante, que se materializó por primera vez en un terreno de juego en México 70. 


Asimismo, en 1966 propuso también la introducción de un árbitro suplente en los tríos que pudiese intervenir si alguno de los demás jueces sufría algún percance antes o durante el partido. También sería él el que decidiese utilizar el ahora archiconocido panel luminoso para reflejar claramente las sustituciones. Sus ganas de aportar al fútbol moderno fueron un recurso inagotable del que este deporte sacó provecho hasta el último momento. Además de continuar impartiendo cursos a nivel internacional, en los últimos tiempos llegó a colaborar en la lucha contra el amaño de partidos.

Todo un revolucionario del fútbol, Ken Aston falleció el 23 de octubre de 2001, a sus 86 años de edad. Pero no sin antes dejarnos una de las definiciones más bellas del balompié: “El fútbol es una obra dramática en dos actos, con 22 actores sobre el escenario y un director de escena, el árbitro. No existe guión, nunca se sabe como terminará, pero lo más importante es divertirse y divertir”.